viernes, 9 de julio de 2010

La muerte, la soledad y el andar sin rumbo

“Después, sin saber por qué, la puerta abierta le invitó a asomarse al balcón. ¡Fue un vértigo espantoso! Una tromba absorbente de pensamientos macabros le encalabrinó. Elevándose desde la calzada, otra tromba hacía girar las casas, los árboles, los automóviles, en una zarabanda demoníaca. En medio de esos dos caos, frenéticamente, remolineó en sí y fuera de sí. Como un náufrago se crispó sobre los barrotes. El estrago abatía todo en feroces rolidos. Al entreabrir los ojos, la calle se verticalizó. Entonces, el asfalto hecho goma se adhirió a sus párpados. Y le tiraba, le tiraba con tanta fuerza, que bamboleó ya en trance de ceder. Cuando el vértigo iba a arrancarlo, Op Oloop cerró los ojos guillotinando la atracción.
Sudoroso, trepidante, reculó hasta el escritorio. Se sentó. En medio del desorden mental se abría una enorme franja de luz:
-¡Los prados azules de la muerte!”.
(Juan Filloy, Op Oloop).


A propósito:

“La triste verdad de que todos los hombres deben morir solos se impuso violentamente en mi imaginación debido a los frecuentes y virulentos embates de mi enfermedad, que, en cada ocasión, amenazaban con ser el último. La aprensión que me inspiraba la soledad de ese momento de disolución de los lazos terrenales y de despedida de la luz y la vida tal vez tuviera origen en la idea que siempre me rondó de que, en lo que se refiere a nuestros pensamientos y reflexiones más íntimos sobre el destino y a nuestras emociones más profundas, estamos necesariamente solos” (William H. Hudson, Allá lejos y hace tiempo).

"¿Lo ven? ¿Ven la historia? ¿Ven algo? Me parece que estoy tratando de contar un sueño... que estoy haciendo un vano esfuerzo, porque el relato de un sueño no puede transmitir la sensación que produce esa mezcla de absurdo, de sorpresa y aturdimiento en el rumor de revuelta y rechazo, esa noción de ser capturados por lo increíble que es la misma esencia de los sueños. [...] No, es imposible; es imposible comunicar la sensación de vida de una época determinada de la propia existencia, lo que constituye su verdad, su sentido, su sutil y penetrante esencia. Es imposible. Vivimos como soñamos..., solos" (Joseph Conrad, Corazón de las tinieblas).

“…oír la palabra brújula y empezar todos a putear contra todos por no habérsele ocurrido a nadie traer una brújula fue casi lo mismo.
El marino apaciguó a los recriminadores cuando dijo que nunca a nadie de la flota se le ocurrió llevar bolas –las boleadoras– ni rebenque a los barcos, y por eso a ellos le sucedió lo mismo.
Eso sí se entendió pero por el calor de la siesta o por la rabia de no tener brújula y llevar en cambio tanto rebenque al pedo, ninguno lo festejó como un chiste, y si pudo haber habido uno que lo escuchó como chiste supo aguantarse las ganas de reír.
Ni hablar de las estrellas. Todos sabían reconocer las Tres Marías, el Lucero y la Cruz del Sur. Pero ahí caía la noche y al mismo tiempo que el Lucero tan verde, aparecía blanquísima y bien alta la Cruz del Sur con los brazos apuntando a los lados, el pie hacia abajo, hacia la propia pampa, y la cabecera apuntando hacia la parte del cielo donde no había ni una estrella y debía ser sur del firmamento.
¿Pero de que iría a servirles conocer ese sur, que aunque de día se lo pudiera ver y se mantuviera todo el tiempo a la izquierda de la formación, si giraba, y tal como parecía girar, los haría hacer girar también a la par a ellos?
Y si como la cordura invitaba a pensar se quedaba quieto allí en su lugar: ¿No iba a tenerlos para siempre, igual que ahora, girando alrededor de algo que, por mas alto o lejano que fuera no podía impedir que giraran y no parasen de girar y girar?
No pensar, mejor” (Fogwill, Cantos de marineros en las pampas).


Poesía:

No me atrae demasiado la obra poética de Filloy, pero aquí van un par de sonetos.


No diré que tu frente es de diamante
ni tus labios dos límpidos rubíes
ni los dientes que muestras cuando ríes
dos hileras de perlas de Levante...

No diré que fulgura rutilante
el zafir de tus ojos si sonríes
ni que es oro el cabello conque engríes
el alabastro de tu tez fragante...

No lo diré jamás; porque yo quiero
que sepas que soy bardo y no joyero;
y que sepas también para tu gloria

que pesado tu ser en santa calma
prefiero a tu belleza transitoria
la suprema belleza de tu alma.

(Juan Filloy, Sonetos).

Para no discrepar conmigo mismo,
congenio lo concreto y la ilusión
logrando de esta guisa el espejismo
de poetizar ética y razón.

Tuve siempre por meta mi lirismo
helenizar mi ciencia y mi pasión
floreciendo de luz en negro abismo
que separa cerebro y corazón.

Quiero ser un Filloy de recio temple
que ilumine y que seduzca al que contemple
la noble empresa de mi exaltación,

y sea plinto y serena gloria
cuando yerta mi vida transitoria
esté junto con Dios mi perfección.

(Juan Filloy, Sonetos).