sábado, 10 de abril de 2010

Puro nombre, puro título

“Son puro nombre, puro título. No han hecho un carajo en la vida. Nada substantivo. Nada humano. Van al campo a pasear, confortables, mimados, entre cortejos de lacayos. Van a engrupir otarios con la apostura llena de galones y brandeburgos. Con la ilusión barata de cazar venados ya cazados. O con la estupidez presunta de ganar matches de polo a perdedores complacientes… Ayudante de campo… Entelequias. Títulos. Farsas. Frente a la desolada inquietud de los colonos, frente al sudor útil del labriego, ellos ensillan el ocio. Relinchan sus ínfulas. Y salen a los pedos entre el aplauso de los cretinos. ¡Son puro nombre, puro título! (…) Jovencitos que no tienen otro mérito que ser hijos de sus papás, nietos de borrachos, choznos de degenerados, refriegan en la jeta de la humanidad todo el sarcasmo del privilegio con la retahíla de sus nombres y sus títulos” (Juan Filloy, Caterva).



A propósito:

"Por la noche no solían cenar en el hotel, cuyo comedor, inundado por la luz eléctrica que brotaba a chorros de los focos, se convertía en inmenso y maravilloso acuario; y los obreros, los pescadores y las familias de clase media de Balbec se pegaban a las vidrieras, invisibles en la oscuridad de afuera, para contemplar cómo se mecía en oleadas de oro la vida lujosa de una gente tan extraordinaria para los pobres como la de los peces y moluscos extraños (buen problema social, a saber: si la pared de cristal protegerá por siempre el festín de esos animales maravillosos y si la pobre gente que mira con avidez desde la oscuridad no entrará al acuario a atraparlos para comérselos)" (Marcel Proust, En busca del tiempo perdido II).